El triunfo del Al-Hilal sobre el Manchester City en el Mundial de Clubes es quizás la gran sorpresa del torneo. Un torneo que, nacido de una interna entre la FIFA y la UEFA, termina regalando una arena fértil para ver lo que el fútbol moderno esconde detrás de su superficie. No sólo se mide la hegemonía del fútbol europeo por sobre el resto del mundo. Como si hubiese sido planeado, o quizás como producto de estos propios cambios, el torneo encuentra no solo representación global, sino de todos los modelos dominantes de gestión que posee el fútbol de elite. Y es en este plano, donde el triunfo del club saudí también expuso la doble vara con la que se mide la legitimidad en el fútbol moderno.
Veamos una por una las distintas capas de análisis que nos dejó esta victoria. En primer lugar, algunos análisis rápidos buscaban desmerecer el logro del club árabe en función de la mega-inversión del Fondo Público Soberano en la liga saudí. Inversión que con todas sus ramificaciones internacionales hemos cubierto en este sitio y que le permitió al gigante azul contar con 8 extranjeros de primer nivel en su nómina. En ese sentido, esta sorpresa saudí sería “artificial” o menos real, en virtud de que a fuerza de billetera y un gasto desmedido logró imponerse en un terreno que no le sería propio.
Es interesante este argumento, porque expone muchas incongruencias. La primera, y quizás mas obvia, es marcar que a Europa le ha nacido otra Europa en Arabia Saudita. Por décadas el resto del mundo, y especialmente Sudamérica, vio como sus mejores talentos eran “aspirados” por la maquinaria europea, especialmente después de la famosa Ley Bosman. Y el argumento esencial era económico (porque solo un pequeño porcentaje de esos jugadores terminan jugando en la elite competitiva). Ahora, por motivos económicos, Arabia Saudita puede “quitarle” jugadores a los propios europeos. Podríamos discutir si está bien o mal esto, pero lo cierto es que el mecanismo es exactamente el mismo.
Pero vayamos mas allá. Que hay un fútbol “auténtico” que merece los logros y otro que no es una concepción profundamente discriminatoria y, me atrevo a decir, eurocentrista. Lo primero que me gustaría remarcar es que el Al-Hilal puede ser muchas cosas, menos un club “artificial”. Con un palmarés extenso, millones de hinchas y una tradición que llega incluso a la época donde Arabia Saudita no era lo que es hoy, si algo no es este club es “artificial” o “falso”.
De hecho, si existe un club que ejemplifica la transformación artificial en el fútbol contemporáneo, ese es precisamente el Manchester City. Antes de 2008, los Citizens eran un equipo que había pasado más tiempo en el ostracismo futbolístico que compitiendo por títulos. La llegada de Mansour bin Zayed Al-Nahyan marcó el inicio de una revolución financiera que no se limitó a fichajes millonarios: reestructuró completamente la identidad del club, abandonando su origen mas obrero y limitado a la ciudad de Manchester. Las violaciones al Fair Play Financiero no fueron errores contables, sino parte de una estrategia deliberada para acelerar el crecimiento mediante la inyección de recursos estatales disfrazados de patrocinios comerciales. El Manchester City construyó su hegemonía saltándose las reglas financieras, y sin embargo, su éxito es celebrado por muchos analistas como un ejemplo de excelencia deportiva.
Así, la noción de “autenticidad” en el fútbol se ha convertido en un mecanismo de legitimación que reproduce jerarquías geopolíticas que nada tienen que ver con nuestro deporte. Como si, por “derecho natural” las victorias en la cancha ya deberían estar predefinidas. Algo así se vio a lo largo de todo el torneo, donde muchos análisis de jugadores, técnicos y periodistas, especialmente aquellos europeos, denostaban las condiciones en las que se juega el Mundial de Clubes porque no les eran favorables. Desde el clima hasta el público o el calendario, todas son excusas válidas ante un resultado inesperado que no pueda justificar una superioridad que todos conocemos que existe, pero que igual debe plasmarse en la cancha.
Pero sigamos indagando. El Mundial de Clubes funciona, de manera involuntaria, como un museo de los modelos de inversión que transformaron el fútbol moderno en lo que es hoy en día. Encontramos todos los modelos de gestión. En el mismo torneo compiten el Chelsea (pionero del modelo oligarca con Roman Abramovich), el Red Bull Salzburg (que inauguró el controvertido sistema multiclub corporativo), el Manchester City o el PSG (paradigmas del estado-nación compitiendo a través del deporte), el Inter Miami (exponente del modelo de franquicias de la MLS), y sí, también el Al Hilal como representante del actual modelo saudí.
De fondo, existe una cuestión que excede el rendimiento deportivo. El fútbol se ha convertido en una herramienta de soft power mas que poderosa, donde cada inversión millonaria responde a objetivos que trascienden lo meramente deportivo. El caso del PSG ilustra perfectamente esta dinámica: Qatar Sports Investments transformó al club parisino utilizando exactamente los mismos métodos que otros clubes. Pero aún con una Champions League finalmente en su vitrina, sigue siendo visto con recelo. Como si el avance en su momento de Qatar sobre el fútbol europeo y la FIFA (que es real) fuese una especie de “invasión” de un otro ajeno. Una operación similar ocurre con el triunfo del Al-Hilal, donde queda mas en evidencia. Pero el propio Mundial de Clubes disputado en Estados Unidos también muestra esta doble vara: la alianza entre Donald Trump e Gianni Infantino no es diferente de los acuerdos que llevaron eventos a Qatar o Arabia Saudí, pero cuando Estados Unidos utiliza el deporte para proyectar influencia global es visto como natural.
No es mi objetivo “defender” o hacer una apología de las grandes inversiones qataríes o saudíes, que claramente tienen sus problemas objetivos y tangibles para el fútbol global. Por ejemplo, desnaturalizando los valores y contratos de los jugadores, inflándolos de manera insostenible para el resto del ecosistema futbolístico, lo que lleva a buscar alternativas para aumentar las arcas de los clubes. O incluso el problema de la multi-propiedad, un fenómeno que a mi entender desvirtúa por completo aquello que hizo del fútbol la máquina cultural que es: los clubes y sus representaciones sociales. Tampoco busco minimizar el famoso efecto diplomático (mal llamado sportswashing) con el que estos estados buscan reinventar su imagen ante el mundo. Claramente esa idea explica buena parte de estos movimientos, pero el lector tendría a bien pensar si realmente funciona. Justamente por su condición de estados contra-hegemónicos a nivel cultural, sus falencias y miserias terminan siendo mas expuestas. Sea como sea, el objetivo diplomático existe, así como también su cada vez mayor influencia en la esfera de poder del fútbol. Aún así, mi objetivo en estas líneas es simplemente marcar como esa arena política que hoy es el fútbol global es una arena disputada por todos los actores. Por Arabia Saudita y Qatar. Sí. Pero también por Estados Unidos o la Unión Europea. Y no soy yo quien para decidir quién puede participar de esta lucha legítimamente y quién no.
Y en última instancia, y solo reduciendo esta cuestión al fútbol, aunque claramente se podría extrapolar: los organismos de poder en este deporte decidieron hace años que la inyección de capital iba a ser el determinante de las diferencias deportivas. Una especie de “mercado libre” de futbolistas y clubes, donde todo tiene precio. No estoy diciendo que esté mal esta concepción o que se podrían haber hecho las cosas de manera distintas. Simplemente remarco que lo que está sucediendo es sólo esta concepción del fútbol llevada al extremo, porque aparecieron otros actores con billeteras mas grandes dispuestos a llevarse todo. El que a hierro mata, a hierro muere.
Al final del día, la pregunta que siempre queda rondando es la más incómoda: ¿nos preocupa realmente de dónde sale el dinero? Porque detrás de cada inversión millonaria hay fuentes de financiamiento que rara vez resisten un escrutinio exhaustivo. La diferencia no está en la pureza de los fondos, sino en qué tan dispuestos estamos a hacer preguntas incómodas según nos convenga la respuesta. El triunfo del Al-Hilal sobre el Manchester City no fue el de la artificialidad sobre la autenticidad: fue simplemente el recordatorio de que en el fútbol de élite moderno las reglas, gusten o no, valen para todos. Y los métodos que muchos clubes o ligas usaron, se le pueden volver en contra en un abrir y cerrar de ojos. La única hipocresía verdadera es seguir fingiendo que algunos actores son más legítimos que otros por razones que nada tienen que ver con el fútbol. Después, toda discusión es válida y bienvenida.