La Selección de Palestina llega a la Copa Árabe 2025 con una carga simbólica tan grande como pocas veces en su historia. Clasificó en Doha, en una noche que para muchos palestinos funcionó como un respiro dentro de un contexto devastado por la guerra, la destrucción y una incertidumbre permanente. Pero a esa clasificación —épica y valiosa en términos deportivos— se le suma otro interrogante que recorre al fútbol palestino desde hace casi dos años: ¿qué pasó con los futbolistas? ¿Cuántos murieron? ¿Quiénes fueron?
El camino al torneo árabe fue, en comparación, mucho más simple de entender. Palestina debió jugar un repechaje ante Libia. Fue un partido tenso, cerrado, jugado con el peso de un país entero sobre los hombros, y que terminó sin goles en el tiempo reglamentario. La serie se decidió por penales. y ahí el equipo palestino —con una serenidad difícil de explicar cuando el resto de la vida cotidiana está marcada por la tragedia— ganó 4-3 y se aseguró un lugar en el Grupo A junto a Catar, Túnez y Siria. Ese fue, oficialmente, el boleto a la Copa Árabe 2025.
Mientras el equipo celebraba en Doha, en Gaza y Cisjordania aparecía otro tipo de festejo: el que se permite alguien que necesita creer que el fútbol puede sostener un poco la identidad colectiva cuando todo alrededor está roto. No es casual que la victoria haya sido narrada como un acto de resistencia cultural. Para Palestina, jugar un torneo internacional no es una cita más del calendario: es una afirmación de existencia.
Pero hay un costado mucho más oscuro, que excede por completo el deporte y al que la Asociación Palestina de Fútbol (PFA) viene intentando dar forma desde hace muchos meses. Desde octubre de 2023, cuando comenzó el ciclo de violencia más reciente, se multiplicaron los reportes sobre deportistas, entrenadores, juveniles y jugadores amateurs que murieron en bombardeos, ataques o por las condiciones extremas dentro de Gaza. Las cifras varían según las fuentes, y muchas de ellas son imposibles de verificar de manera independiente. A veces se habla de 300 futbolistas. Otras, de más de 400. En algunos recuentos más amplios, se suman también atletas de otras disciplinas. Lo cierto es que el número es enorme, pero los nombres concretos son muy pocos.
Entre las muertes confirmadas públicamente aparecen dos casos que sacudieron al mundo del deporte: Suleiman al-Obeid, ex delantero, ídolo local y figura histórica del fútbol en Gaza, y Mohammed Barakat, ex jugador profesional. Más allá de ellos, la mayoría de las historias se pierden en cifras generales, comunicados incompletos o menciones aisladas de clubes que ya ni siquiera pueden jugar porque han perdido estadios, entrenadores o jugadores de inferiores.
Y acá aparece una aclaración necesaria: pese a la gravedad del panorama general, no hay evidencia pública ni indicios verificables de que los futbolistas actualmente vinculados a la selección —los mismos que aparecen en las listas oficiales, tanto titulares como reservas— estén entre los fallecidos. Todos los nombres consultados, incluidos Amr Kaddoura, Yaser Hamed, Mohammed Khalil, Mohammed Rashid, Abdullatif Al-Bahdari, Khaled Salem, Tamer Seyam, Mahmoud Abu Warda, Oday Kharoub, Reebal Dahamshi, Mahmoud Eid, Tawfiq Ali, Mohamad Darwish, Abdallah Shaqfa, Yazan Iwaiwi, Ahmed Qatmish, Abdalsalam Salama, Mousa Salim, Abdelhamid Abuhabib o Rashid Adawi, no figuran en ningún registro de víctimas, ni en comunicados oficiales ni en reportes confirmados por organizaciones deportivas palestinas.
Eso no significa que el fútbol palestino esté a salvo. Significa, simplemente, que al menos los jugadores asociados a la selección —los que componen el núcleo duro del equipo nacional y sus alternativas— siguen vivos y disponibles para competir. En un contexto donde clubes, academias y ligas han sido arrasadas, donde cientos de jóvenes deportistas han muerto sin siquiera quedar registrados por su nombre, el hecho de que el plantel nacional se mantenga completo es, en sí mismo, un dato extraordinario.
La Copa Árabe 2025 será entonces algo más que un torneo. Será el retrato de un seleccionado que llega entero a pesar de la devastación, que representa a una comunidad que perdió muchísimo más de lo que es posible contabilizar. Para muchos palestinos, ver a su equipo en la cancha —con nombres conocidos, intactos, presentes— será un gesto de continuidad frente al derrumbe. Un recordatorio de que la identidad también se defiende jugando. Y de que, incluso en el dolor, todavía hay equipos que pueden plantarse, resistir y decir: estamos acá.