Marruecos se consagró este domingo campeón del Mundial Sub-20 tras vencer 2-0 a nada mas ni nada menos que Argentina en la final disputada en Santiago. El triunfo no fue un hecho aislado ni un golpe de suerte, sino la consecuencia más visible de un proyecto estatal, sostenido y profundamente planificado, que transformó la manera de pensar el fútbol en el país y el continente africano. Lo que sucedió en Chile es el resultado de quince años de trabajo, inversión y visión a largo plazo.
El punto de partida de esta transformación fue una decisión política y simbólica. En 2008, el rey Mohammed VI impulsó la creación de un plan integral para el desarrollo del fútbol, con un objetivo concreto: que Marruecos pasara de ser un país de segundo orden en la región a una potencia formadora capaz de competir al más alto nivel. Dos años después, en 2010, se inauguró la Academia Mohammed VI de Fútbol en la ciudad de Salé, a orillas del Atlántico. Construida con una inversión inicial de 4 millones de dólares, la academia se convirtió en un centro de alto rendimiento comparable con los mejores del mundo, con seis canchas profesionales, áreas médicas de última generación, residencias, aulas, laboratorios y espacios educativos.
Allí los jóvenes futbolistas reciben formación técnica y táctica, pero también educación escolar, cursos de idiomas, informática y orientación vocacional. El programa es gratuito, y cada año un equipo de ojeadores recorre el país buscando niños de entre 12 y 18 años para ingresar en un plan de desarrollo de cinco años. El 90% de los egresados logra insertarse en el fútbol profesional, ya sea en la liga local o en clubes europeos. En este torneo, jugadores como Fouad Zahouani, Houssam Essadak, Yassine Khalifi y la gran estrella, el extremo Yassir Zabiri, surgieron de este proyecto.
Además, se crearon doce centros regionales que funcionan como filiales de la Academia Mohammed VI, donde se entrenan y monitorean a los talentos más jóvenes, de entre 9 y 12 años. A partir de ahí, los mejores pasan al nivel nacional. En 2019 se inauguró el Complejo Mohammed VI de Fútbol, un predio de 29 hectáreas con once canchas, un hotel para selecciones, residencias para divisiones juveniles, gimnasio, centro médico y oficinas administrativas. La FRMF centralizó allí toda la estructura de selecciones, con entrenadores, analistas, médicos y psicólogos trabajando bajo un mismo programa metodológico. Cada categoría, desde Sub-15 hasta la mayor, sigue un modelo de juego y un plan de desarrollo físico y técnico determinado.
El otro gran pilar del modelo marroquí es el scouting global. Marruecos entendió que su población migrante en Europa, especialmente en Francia, Bélgica, España y los Países Bajos, podía ser una fuente inagotable de talento. La FRMF creó una red de scouting en esos países para seguir de cerca a los hijos de marroquíes nacidos o formados allí. Mientras las otras selecciones africanas buscan en la diáspora los jugadores mayores que ya no tienen chances en las selecciones europeas, Marruecos apuntó rapidamente al talento juvenil. Con una base de datos actualizada permanentemente, la federación identifica a jóvenes con ascendencia marroquí y los invita a participar en campus o microciclos en el país. De esa estrategia surgieron muchos de los jugadores que integraron la selección mayor semifinalista del Mundial 2022 y varios de los campeones Sub-20 en Chile. El plan no se limita a repatriar talento, sino a construir un sentido de pertenencia. En cada convocatoria juvenil, los futbolistas reciben charlas sobre historia, religión, cultura y valores nacionales. La idea es que, aunque hayan nacido en Lyon o Bruselas, sientan que vestir la camiseta marroquí es un orgullo y una responsabilidad. Incluso Lamine Yamal fue tentado de participar de estos microciclos mucho antes de que su nombre irrumpiera en el mundo del fútbol.
El técnico Mohamed Ouahbi, de 47 años, es la síntesis de este proyecto. Formado en Bélgica, con 17 años de experiencia en las juveniles del Anderlecht, Ouahbi regresó a Marruecos para hacerse cargo del programa Sub-20 y una metodología europea combinada con una mirada africana. Su gestión fue más allá de lo deportivo: estructuró una red de preparación física, análisis de datos y acompañamiento psicológico. Bajo su conducción, el equipo Sub-20 desarrolló un estilo reconocible: defensa ordenada, transiciones rápidas y una enorme disciplina táctica. Durante el Mundial, Marruecos lideró su grupo por encima de México, España y Brasil, eliminó a Corea del Sur, Estados Unidos y Francia, y superó en la final a la Argentina con una autoridad que sorprendió al mundo.
El modelo marroquí también se apoya en la educación continua de sus entrenadores. La FRMF firmó convenios con la UEFA y la Federación Francesa para homologar licencias y capacitar técnicos en centros europeos. Además, estableció un sistema interno de evaluación de rendimiento que cruza datos médicos, técnicos y psicológicos de cada jugador en todas las categorías. Los informes son centralizados en el Complejo Mohammed VI, donde se toman decisiones sobre ascensos, cesiones o convocatorias. El fútbol juvenil marroquí funciona como una pirámide perfectamente integrada: las academias regionales alimentan a la nacional, que a su vez nutre a las selecciones menores, y de allí al fútbol profesional o la selección absoluta.
La sostenibilidad económica del sistema también fue planificada. Parte de los ingresos por transferencias de jugadores formados en la academia se reinvierten en infraestructura y programas sociales. Además, empresas vinculadas al Estado y a la monarquía financian becas, viajes y materiales deportivos. De este modo, el modelo no depende exclusivamente del dinero público, sino que combina inversión estatal y gestión privada con un sentido de continuidad institucional. No hay improvisación ni dependencia de resultados inmediatos: el proyecto tiene objetivos a 5, 10 y 15 años.
La consecuencia es visible. Marruecos se convirtió en el primer país africano en alcanzar una semifinal en un Mundial y ahora es campeona del mundo Sub-20. Antes logró la medalla de bronce en el fútbol olímpico y este año levantó el Campeonato Africano de Naciones, el torneo continental sólo con jugadores locales. Pero más allá de los trofeos, lo que distingue al proceso es su coherencia. Desde los niños de 9 años hasta los futbolistas profesionales, todos trabajan bajo la misma idea: educación, pertenencia, profesionalismo y método. Es un proyecto de Estado que viene cosechando triunfos desde hace tiempo. Y el tiempo dirá cuál es el límite