Cuando Promise David cabeceó el tercer gol del Union Saint-Gilloise ante el Gent, no solo sentenció un partido. El delantero canadiense cerró un capítulo de 90 años de espera y devolvió la gloria a uno de los clubes más singulares del fútbol europeo.
“Les Apaches“, como se conoce al Union desde sus orígenes obreros en Saint-Gilles, volvieron a ser campeones de Bélgica tras una odisea que los llevó desde el protagonismo temprano hasta las divisiones inferiores, y finalmente a un renacimiento que desafía los paradigmas del fútbol moderno.
Los orígenes de “Les Apaches”: Del barrio obrero a la gloria
La historia del Union Saint-Gilloise es inseparable de la de su barrio. Fundado el 1 de noviembre de 1897 por un grupo de adolescentes en Saint-Gilles, una comuna bruselense de marcado carácter obrero, el club nació como una expresión auténtica de las clases populares. A diferencia de los equipos aristocráticos como el Léopold o el Racing Club, que representaban a la élite de la capital belga, el Union emergió desde abajo, ganándose rápidamente el apelativo de “Les Apaches” en referencia a los jóvenes parisinos de origen humilde que desafiaban las convenciones sociales de la época.
Este sesgo popular no fue casual. Saint-Gilles se convertiría, a lo largo del siglo XX, en refugio de sucesivas oleadas migratorias, especialmente de trabajadores españoles e italianos que llegaron a Bruselas en busca de oportunidades. El Union se transformó así en algo más que un club de fútbol: era un símbolo comunitario, un espacio de pertenencia para quienes construían sus vidas lejos de sus tierras natales. La identidad obrera e inmigrante del barrio se reflejaba en las gradas del modesto recinto que, desde 1920, se establecería en el Stade Joseph Marien, en el Parque Duden.
Deportivamente, el ascenso del Union fue meteórico. Tras lograr el ascenso a Primera División en 1901, conquistó su primer título de liga en 1904 y encadenó seis campeonatos en siete temporadas. Para 1910, los partidos del Union ya congregaban multitudes: un encuentro ante el Club Brujas atrajo a 5.000 espectadores y generó ingresos por 1.893 francos, cifras extraordinarias para la época. El derby contra el Daring Club de 1914 llenó el estadio con 10.000 asistentes, evidenciando cómo el fútbol se había convertido en el nuevo espectáculo de masas en la Bélgica industrial.

La época dorada del Union alcanzó su cénit en los años treinta con la gesta conocida como “Union 60”. Bajo el liderazgo del capitán Jules Pappaert, el equipo permaneció invicto durante 60 partidos consecutivos entre 1933 y 1935, un récord que permanece imbatido en el fútbol belga. Durante esa racha conquistaron tres títulos consecutivos (1933, 1934, 1935), el último de los cuales marcaría el inicio de una espera que se extendería por nueve décadas. El Union de aquellos años no solo dominaba deportivamente: había logrado convertir el fútbol en una expresión cultural del Bruselas popular, donde las clases trabajadoras encontraban motivos de orgullo y celebración comunitaria.
La travesía del desierto: 90 años en el olvido
El declive del Union Saint-Gilloise tras 1935 ilustra cómo los cambios estructurales del fútbol europeo pueden sepultar incluso a los clubes más gloriosos. La Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión devastador: mientras otros equipos belgas aprovecharon la posguerra para profesionalizarse y modernizarse, el Union se rezagó en ese proceso crucial. Su resistencia a abandonar completamente las estructuras amateur, que había sido una seña identitaria en sus primeras décadas, se convirtió en una desventaja insalvable frente a rivales que invertían en infraestructura, fichajes y organización profesional.
El golpe más duro llegó en 1973, cuando el Union descendió de Primera División, iniciando una ausencia de 48 años de la máxima categoría. Lo que siguió fue una humillante travesía por las divisiones menores que llegó a tocar fondo a mediados de los ochenta, cuando el club militó en Cuarta División. Durante 26 temporadas permaneció atascado en Tercera División, sobreviviendo gracias al esfuerzo de dirigentes locales y una base de seguidores cada vez más reducida pero inquebrantablemente fiel.

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Las causas de esta prolongada sequía fueron múltiples y complejas. La reestructuración del fútbol belga, con la introducción del sistema de play-offs y la ampliación de competiciones, complicó el ascenso de clubes históricos sin respaldo económico sólido. Además, la transformación demográfica de Saint-Gilles, que de barrio obrero evolucionó hacia un distrito más diverso y gentrificado, alteró la base social tradicional del Union. El club perdió su conexión orgánica con la comunidad local, convirtiéndose en una reliquia nostálgica más que en un proyecto deportivo competitivo.
Incluso cuando el Union logró regresar a la élite en 2021, los fantasmas del pasado lo persiguieron. En tres temporadas consecutivas (2022, 2023, 2024), el título se le escapó en las últimas jornadas de formas cada vez más dramáticas. En 2022 terminó líder de la fase regular pero perdió el campeonato en los play-offs ante el Club Brugge. En 2023, el título se desvaneció en el último minuto del último partido. En 2024, dilapidó una ventaja de ocho puntos para terminar subcampeón por un solo punto en la última fecha. Estos desenlaces adversos parecían confirmar una maldición que condenaría al Union a la eterna frustración, como si los 90 años de espera hubieran creado un trauma colectivo imposible de superar.
El renacimiento del Saint-Gilloise bajo el modelo Bloom-Muzio
La transformación del Union Saint-Gilloise comenzó en 2018 con la llegada del inversor británico Tony Bloom, magnate de las apuestas y propietario del Brighton & Hove Albion. Junto a su socio Alex Muzio, quien asumió como presidente y principal accionista, Bloom no solo inyectó capital fresco: introdujo una filosofía de gestión que revolucionaría la cultura institucional del club. Su objetivo era claro: hacer del Union un proyecto competitivo y sostenible, utilizando las mismas herramientas analíticas que habían catapultado al Brighton desde las divisiones inferiores inglesas hasta la Premier League.
El modelo implementado se basó en big data, scouting y una política de fichajes inteligente que priorizaba jugadores con potencial de crecimiento. No se trató de un gasto desmedido, sino de inversión estratégica: mejoras en infraestructura, profesionalización de todas las áreas del club y conformación de plantillas equilibradas con presupuestos modestos.

Los resultados fueron inmediatos y espectaculares. En 2021, apenas tres años después de la adquisición, el Union ganó el título de Segunda División y ascendió tras 48 años de ausencia. Lejos de conformarse con la permanencia, el recién ascendido protagonizó una gesta inédita: terminó líder de la liga regular 2021-22, compitiendo de igual a igual con clubes de presupuestos muy superiores. Aunque aquel año el título se escapó en el play-off final, el Union se había clasificado por méritos propios a la UEFA Europa League, confirmando que el proyecto deportivo había devuelto al club a la élite continental.
La clave del éxito residió en la combinación de modernidad y tradición. El director deportivo Chris O’Loughlin, irlandés formado en Sudáfrica, aplicó criterios analíticos para descubrir talentos como el delantero nigeriano Victor Boniface (luego vendido al Bayer Leverkusen) o el extremo Simon Adingra (cedido por el Brighton). Estos jugadores, poco conocidos en sus llegadas, rindieron a nivel europeo antes de ser transferidos por sumas millonarias que se reinvirtieron en el proyecto. El Union había encontrado la fórmula: desarrollar talento, competir al máximo nivel y generar recursos propios sin perder la identidad que lo hacía único.
Más que un título: El simbolismo del regreso
El 25 de mayo de 2025 será recordado como el día en que el Union Saint-Gilloise cerró definitivamente su travesía del desierto. En una jornada final cargada de tensión, donde dependía de sí mismo pero arrastraba el trauma de tres finales perdidas, el equipo mostró la madurez emocional que había construido durante años de crecimiento. Promise David, delantero canadiense que el año anterior jugaba en Estonia, encarnó perfectamente el modelo Union: talento infravalorado, descubierto por el scouting analítico, que respondió en el momento decisivo con un doblete que valió un campeonato.
El partido ante el Gent resumió la esencia del nuevo Union. Tras adelantarse con gol de Franjo Ivanovic, el equipo sufrió el empate rival justo antes del descanso, momento en que los fantasmas del pasado amenazaron con regresar. Con el Club Brugge empatando simultáneamente y a un gol de retener el título, la presión era máxima. Pero esta vez fue diferente. David marcó a los 69 minutos aprovechando un error defensivo, y seis minutos después sentenció con un cabezazo que desató la euforia en el Stade Joseph Marien y en todo Saint-Gilles.
La conquista del duodécimo título trasciende lo deportivo por múltiples razones. El Union se convirtió en el primer club con propiedad extranjera en ganar la liga belga. En un contexto donde más de la mitad de los clubes de la Primera División belga están en manos extranjeras, el modelo Union destaca por su enfoque sostenible y su conexión genuina con la comunidad. No cambiaron nombre, colores ni estadio: modernizaron sin desarraigar.
Para la comunidad, el título representa el retorno de un símbolo perdido. El barrio, que había visto partir gradualmente a sus iconos deportivos y culturales, recuperó una fuente de orgullo colectivo. Los festejos multitudinarios que siguieron al pitido final evidenciaron cómo el éxito del Union había reconectado a una comunidad diversa y multicultural alrededor de su club centenario. Españoles, italianos, marroquíes, congoleños y belgas celebraron juntos en las calles, recreando la atmósfera comunitaria que había caracterizado los primeros éxitos del club. En otras palabras, pasó de raíces obreras a club cosmopolita. Y así, después de 90 años de espera, el Union Saint-Gilloise no solo recuperó un título: recuperó su alma.